Una mente perezosa
Hacerlo todo a golpe de prompt nos hará más productivos, pero también más dependientes de la inteligencia artificial (y más inútiles). Cuatro preguntas para la reflexión. (#20)
¿Larga vida al prompt?
Hasta hace nada, todo lo hacíamos a golpe de clic, que ya era todo un avance. Sin embargo, solía requerir conocer el proceso. Ahora lo tenemos todo a golpe de prompt, y el proceso ya no interesa.
Hay quien ha descubierto con emoción que tal o cual herramienta logra hacer aquello que nunca supo hacer (redactar un texto, programar una aplicación o realizar un dibujo). Quizá eran habilidades que tenía previsto desarrollar, pero que ahora ha descartado automáticamente. Apareció la IA y perdió la oportunidad de aprender.
Basta con escribir unas líneas —un prompt— y una inteligencia artificial nos devuelve textos, imágenes, códigos, vídeos o ideas que, hasta hace poco, habríamos tardado horas o días en producir. Todo parece posible, y lo es. Pero… ¿a qué precio?
Nos sentimos superproductivos. Usamos la inteligencia artificial para ahorrar tiempo y esfuerzo. No solo lo hacemos con tareas mecánicas y aburridas, sino también en actividades creativas. Con este segundo tipo hay que ir con pies de plomo porque, como decía, todo tiene un coste.
¿Importa el proceso o solo el resultado?
Cada día será menos habitual sentarse frente a una hoja en blanco y simplemente pensar, darle vueltas a una idea para generar las nuestras, incluso consultando cualquier fuente de información para componer una propuesta propia. ¿Dónde debemos establecer el límite ético en este tipo de actividad creativa?
Nos estamos acostumbrando a obtener resultados sin pasar por el proceso. Ya no necesitamos aprender a dibujar, diseñar o programar; basta con saber pedirlo a golpe de prompt. ¿Y si eso fuera un problema? Vivimos tiempos fascinantes.
Cuando aprendemos a editar una imagen o a resolver una raíz cuadrada, lo importante no es el producto final, sino el recorrido. Repito: cuando aprendemos. Saber qué hay detrás, entender cómo se construye. Lo mismo sucede con escribir, sumar o diseñar: hacerlo a mano es una forma de ejercitar la mente. Una gimnasia del pensamiento.
¿Sabremos hacer algo en el futuro?
Hay una reflexión que da vueltas en mi cabeza: si dejáramos a una persona cualquiera en medio de la selva a su suerte, sin móvil, sin IA, sin internet, solo con lo realmente básico, ¿cuánto duraría? Saber hacer fuego, identificar alimentos, cazar, orientarse... Saber hacer cosas sigue siendo importante. No se trata de vivir como en la Edad de Piedra, sino de no depender completamente de lo que no controlamos directamente.
La calculadora fue un debate en su momento, y lo sigue siendo. Parece que la mayoría coincide en que no debe usarse en las primeras etapas de la educación. Es obvio que aprender a operar a mano tiene beneficios (como los tiene escribir a mano); conocer el proceso es fundamental para nuestro cerebro. Entonces, ¿deberíamos aplicar ese mismo principio a la IA?
¿Nos volveremos más inútiles?
Personalmente, creo que sobran los interrogantes en el título que encabeza este párrafo. Corremos el riesgo de delegarlo todo: redactar, crear, pensar. Si lo hacemos, ¿seguiremos siendo creativos? ¿Tendremos aún capacidad para empezar desde cero? Cada vez nos enfrentamos menos al vacío, al vértigo de inventar sin herramientas de apoyo.
En educación, esto es especialmente delicado. Si nos limitamos a seleccionar entre sugerencias generadas por otros —o por una máquina—, ¿cuánto de lo que producimos sigue siendo nuestro?
No soy un negacionista. No estoy en contra de la tecnología. Al contrario: creo que puede ser una herramienta maravillosa. De hecho, me dedico a ello: enseño informática. Pero debemos usarla con conciencia, sin dejar que nos sustituya en lo esencial: pensar, imaginar, aprender. Porque eso, al menos por ahora, sigue siendo cosa nuestra.
Ilustración | Cerebro digital