Un ajedrez japonés
Del chaturanga al shōgi: estrategia, historia y arte (#35)

En Una breve historia del ajedrez, Alex Gendler relata cómo el ajedrez, nacido en la India alrededor del siglo VI bajo el nombre de chaturanga, fue concebido como una representación simbólica de la guerra. Chaturanga (en sánscrito: चतुरङ्ग) significa literalmente “cuatro divisiones” o “cuatro partes” (chatur = cuatro, anga = parte, miembro).
En el juego, las piezas representaban las cuatro fuerzas del ejército: infantería (peones), caballería (caballos), elefantes (alfiles) y carros de guerra (torres). Además, había dos piezas de mando: el Raja (rey) y el Mantri o Senāpati (consejero o general), un asesor del rey y antecesor de la dama moderna, que solo movía una casilla en diagonal.
Desde la India, el chaturanga se extendió hacia Persia, donde recibió el nombre de shatranj, y posteriormente al mundo árabe, donde adquirió su terminología actual: shah (rey) y shah mat (literalmente, “el rey está indefenso”), de donde procede la expresión jaque mate. A través de las rutas comerciales, el juego viajó por Asia y dio origen a distintas variantes locales que reflejaron las particularidades culturales de cada región.
En China, el tablero se transformó en el xiàngqí, donde las piezas se colocan en las intersecciones de las líneas, siguiendo una lógica similar a la del juego de estrategia Go, centrado más en la ocupación del territorio que en la eliminación directa del oponente.
En Japón, surgió el shōgi, una evolución local caracterizada por su regla única: las piezas capturadas pueden reutilizarse, lo que introduce un dinamismo y una complejidad táctica que el ajedrez occidental no posee.
Con el tiempo, el ajedrez evolucionó en Europa hasta adquirir su forma moderna en el siglo XV, convirtiéndose en un símbolo de inteligencia y creatividad. Junto con el shōgi y el go, forma hoy una tríada universal de juegos estratégicos que representan tres visiones culturales de la mente humana.
En el shōgi encontramos piezas similares a las del ajedrez —rey (ōshō), torre (hisha), alfil (kakugyō), peones (fuhyō)—, aunque con diferencias esenciales. Una de las más notables es que las piezas capturadas pueden “reciclarse” y volver al tablero bajo el control del jugador que las captura. Además, no existen damas: en su lugar, muchas piezas promocionan al llegar a la zona enemiga, adquiriendo nuevos movimientos.
Al igual que ocurre con el go, existen piezas de shōgi artesanales, talladas a mano por maestros japoneses.
Algunas marcas, como Tendō Shōgi, producen juegos de alta calidad, con materiales seleccionados y caligrafía tradicional grabada en cada pieza. Los tableros se fabrican con maderas nobles y técnicas similares a las empleadas en los tableros de go, lo que convierte a estos juegos en verdaderas obras de arte.
Estos tableros y piezas, trabajados con paciencia y respeto por la materia, son más que objetos de juego: son testimonio de una tradición que entiende el pensamiento como arte. Más que un simple pasatiempo, el ajedrez —y sus variantes orientales— ha sido durante siglos una forma de representar el pensamiento estratégico, la disciplina y la creatividad humanas.
Habrá una segunda parte. Si te ha gustado esta historia, compártela.

